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miércoles, 7 agosto 2024

El Caballero de París

He perdido la noción del tiempo. Al parecer a los fantasmas nos pasa con frecuencia. No sé cuántos días hace que no les cuento una historia. Tal vez la culpa sea de la resaca después de una fiesta que alguien me comentó que era por Halloween, aunque no se ajustara exactamente a la fecha de celebración. Todo está patas arriba y creo que la culpa es de ese virus mortífero que anda al galope. Resulta que adelantaron el festejo por algo que llaman ‘confinamiento’ que no sé exactamente en qué consiste, pero suena a régimen carcelario. No entiendo que mis compañeros de juerga estén alarmados. Los fantasmas somos inmunes a todo tipo de bichos y lo de confinarnos es sencillamente imposible.

En fin, en esta fiesta de disfraces celebrada en una casona que se quemó hace unos años en el barrio de San Nicolás, conocí a los más variopintos espíritus, incluso emigrantes como yo. Todos llevaban mascarillas y aunque rechacé la que me ofrecieron, el que decía ser el fantasma del Caballero de París me pidió amablemente que la usara pues el virus de marras es bastante cabroncete y no respeta la inmunidad fantasmal, según sus propias palabras.

«Me contó que había llegado hacía un par de años desde La Habana. Era lo que se dice un espíritu inquieto»

El caballero de París. Foto: La Voz de Galicia

Esa noche llegué a las tantas a mi habitáculo, dando tumbos y con la jaqueca martirizándome una vez más. El tal Caballero de París resultó ser un personaje de libro. No se despegó de mí en toda la noche. Cada vez que veía mi copa vacía se levantaba del sofá donde nos habíamos acomodado y me la devolvía llena de un líquido rojo que él aseguraba que era vino de la mejor calidad. Me contó que había llegado hacía un par de años desde La Habana. Era lo que se dice un espíritu inquieto. Había nacido en Galicia y, cansado del frío y la lluvia, se fue a conocer la Perla del Caribe y allí murió a los 86 años de edad. Tenía el pelo largo y blanco y una espesa barba del mismo color. 

Me habló de filosofía, de historia, de religión, de política. Con un tono de voz pausado y un marcado acento gallego me aseguró que en La Habana había trabajado en una tienda de flores, en una oficina de abogados, en una librería, confeccionando trajes para caballeros y hasta de camarero en hoteles de lujo. Lo habían bautizado como José María, pero nadie lo conocía por su nombre. Sin embargo, hasta los perros sabían quién era el Caballero. No sé si intentaba ligar conmigo, lo cierto es que, inesperadamente, se quitó en sombrero, le dio la vuelta y dentro había una rosa blanca que depositó delicadamente sobre mi regazo. “¡Qué pena que no estemos en La Habana! Te llevaría al cabaré Tropicana a bailar un danzón bajo las estrellas”, me dijo en un susurro.

El Caballero de París. Foto: Belkys Rodriguez

“Cuéntame una historia habanera”, le pedí mirándolo fijamente a los ojos. Se quedó pensativo unos segundos y luego comenzó a hablar. Y así conocí a Lucía Benítez, su amor platónico. La vio un día mientras caminaba por la calle Obispo, en la Habana Vieja. Ella estaba asomada al balcón, con la mirada lánguida perdida en la tarde calurosa. Él, desde la acera, se quedó extasiado contemplando la melena negra que se deslizaba sobre sus hombros y los ojos plomizos de Lucía. Sin poder evitarlo, comenzó a recitar un poema de Bécquer mientras el sol caribeño lo fustigaba. Ella, asombrada y conmovida, se quedó mirando a aquella extraña criatura de melena larga y voz de actor de radionovelas. Cuando los versos se apagaron en los labios del Caballero, Lucía aplaudió con vehemencia. Inesperadamente, una sombra apareció detrás de la joven y una mano huesuda de grotescas venas la agarró fuertemente por el brazo. ¡Métete pa dentro, muchacha! 

“Era el Ángel Exterminador, mi querida Ángela”, dijo con tristeza y se me hizo un nudo en el estómago. “Aquella voz espantosa me reveló el nombre de la muchacha más bonita de La Habana, el amor de mi vida…” Calló y yo apreté el tallo de la rosa con fuerza. No sangré por razones obvias, pero un dolor intenso recorrió lo que había sido mi cuerpo. El Caballero fue a buscar otra copa e intuí que el resto de la historia llegaría más tarde, cuando el hombre de la melena larga recuperara el valor para contarla…

Continuará…

Si quieres leer otras entregas de Ángela Vicario, pincha en este enlace: https://www.landbactual.com/el-coleccionista/

Fotos: Sputnik Mundo/La Voz de Galicia/Belkys Rodriguez

Ángela Vicario
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