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martes, 3 diciembre 2024

Luna de miel peregrina Primera parte

Dice mi marido que muchos peregrinos, incluido él, creen que el Camino de Santiago es una metáfora de la vida. Hace un año lo pude comprobar cuando decidimos hacer el tramo del Camino Francés entre León y Santiago. Él lo había hecho otras veces, caminando y en bicicleta, muchos kilómetros de goce y sufrimiento; pero, sobre todo, de aprendizaje. Nos habíamos casado y queríamos una luna de miel diferente, con poco equipaje y mucho andar por la naturaleza. Y comenzó la aventura en un tren que nos llevó desde Granada, su ciudad natal, hasta León: 800 kilómetros de paisajes nuevos para mí, la expectación por las jornadas que nos quedaban por delante y una pregunta persistente en mi cabeza: ¿aguantaré, llegaré a la meta?

«Queríamos una luna de miel diferente, con poco equipaje y mucho andar por la naturaleza»

Era el mes de abril y la primavera comenzaba a adueñarse de la naturaleza. La concha del peregrino y las flechas guiaban nuestros pasos. El ruido de los coches de la ciudad de León se apagaba lentamente para dar paso a esa quietud de los caminos, poco transitados en esas fechas. Aprendí que, aunque te encontraras con un coreano, el saludo habitual era: “Buen camino”. Veintiocho kilómetros recorridos la primera jornada hasta el pueblito de San Martín del Camino. En lo alto de la torre de una iglesia, algo inusitado para mí: un nido de cigüeñas. Claro, he olvidado contarte que vivo en la isla de Gran Canaria, donde la flora y la fauna son completamente distintas.

Luna de miel peregrina

Los peregrinos vienen de todas partes del mundo. Es muy importante chapurrear el inglés para poder comunicarte con muchos de ellos. Nuestra primera noche en el albergue de Beatriz, conocimos a Cibele, de Brasil; Maria Angela, de Italia; y a Ben y Joon, de Seatle.

La dueña de la casa tenía un precioso perro ovejero llamado Cuper.  Beatriz me dijo que era muy tímido y me aseguró que jamás se acercaría a mí, pero como le encantaba jugar con la pelota, después de lanzársela varias veces, nos hicimos amigos. Luego de compartir cena y experiencias con personas de culturas e idiomas diferentes, me di cuenta de que mi marido tenía razón; a los peregrinos los une un sentimiento común: vivir el momento presente llevando una mochila con lo imprescindible.

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Luna de miel peregrina

Antes de partir a la mañana siguiente, Cuper se acercó, bajó la cabeza y rozó mi pierna a modo de despedida. Beatriz se quedó boquiabierta. Avanzamos hacia la salida del pueblo y recuerdo aquella flecha amarilla pintada en una pared indicando la ruta y, debajo, un cartel: Santiago, 298 km. Reconozco que me dio una punzada en el estómago, pero la imagen de unos peregrinos de avanzada edad que nos adelantaron, con sus mochilas a cuestas, y las nuevas experiencias que nos esperaban a lo largo de la ruta, me devolvieron la fe en la fortaleza de mis piernas.

Luna de miel peregrina

Tengo tantas anécdotas en mi bitácora de viaje que alcanzarían para escribir un libro. Tal vez un día lo haga. Mientras redacto esta crónica abro la carpeta de fotos y las emociones vuelven como un viajero del tiempo. En Villares de Órbigo (provincia de León) nos encontramos con Gumersindo y su perro Rufo. Este buen señor nos enseñó su casa y nos ofreció refrigerios sin pedir nada a cambio. En Rabanal del Camino almorzamos en una casa de más de 400 años de antigüedad, transformada de establo y almacén agrícola en singular restaurante.

En Foncebadón, a unos 1.500 metros de altitud nos sorprendió una gran nevada. Desde que me trasladé de Islandia a Gran Canaria, en el año 2006, no había vuelto a ver la nieve. ¿Cómo es posible una nevada así en plena primavera?, pregunté al recepcionista de la casa rural donde pernoctamos. “Así es la montaña leonesa, imprevisible”, respondió.

«Vivir el momento presente llevando una mochila con lo imprescindible»

En el tramo Foncebadón-Ponferrada (33 kilómetros) nevó tanto que el bosque parecía una postal llegada desde un país nórdico. Nos sentíamos como dos niños perdidos en un lugar encantado. Recuerdo unos pequeños arbustos de flores lilas cubiertos de escarcha. La primavera intentando imponerse a un invierno pertinaz. El cielo encapotado y las altas montañas vestidas de ese blanco que hipnotiza.

A lo lejos, la Cruz de Ferro (en gallego) o Fierro (en leonés), un crucero ubicado en el punto más alto del Camino Francés, a unos 1.500 metros sobre el nivel del mar. Cuenta la leyenda que, en la época romana, los peregrinos dejaban allí una piedra creyendo que ese gesto contentaría a los dioses y estos los protegerían durante su travesía. Lo cierto es que, en la base de la cruz, se amontonan no solo rocas, sino también los más curiosos objetos, depositados allí por caminantes de todos los rincones del planeta.

Prefiero hacer un alto en el Camino pues la bajada para llegar al pueblito de El Ganso fue especialmente difícil y agotadora por los pedregales. El bonito recuerdo de la gran nevada se diluyó y comenzó una etapa muy dura. Te cuento más en la próxima crónica…

Texto: Belkys Rodríguez Blanco

Fotos: Ramón Rivero y Belkys Rodríguez

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Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.

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