Por el tronco del viejo limonero trepa la lagartija. Pretende llegar hasta las hojas para despojarse del traje marrón y vestirse de verde brillante. La niña la observa con curiosidad y luego vuelve a mirar las nubes con tristeza. La mariposa Monarca dibuja un corazón en el viento mientras revolotea sobre el rosal. Le hace un guiño cómplice a la lagartija. Algo traman estas dos. Azahar extiende la mano, pero no se atreve a tocar las rosas. Las espinas se yerguen desafiantes. Otra vez sus ojos buscan las formas de las nubes.
El colibrí se acerca al limonero y le susurra algo a la lagartija. La cotorra chilla en una rama de la mata de guayaba. Nunca tiene el pico cerrado. El cocuyo, aunque la tarde sigue aferrada al cielo, prende sus ojos y dos focos amarillos como yemas de huevo encandilan a la mariposa.
La niña sigue ensimismada en las nubes. El güije que no cree en los maleficios se zampa la ofrenda que alguien dejó a los dioses africanos al pie de la ceiba. Es un negrito muy travieso y tragón. Con la boca llena y la miel bajando por la comisura de los labios, se queda embobado mirando a la niña de los ojos grandes y el pelo azabache. Ella deja de contemplar las nubes y con el ceño fruncido observa aquella figura menuda que es casi del tamaño de un dedal.
El güije se traga el trozo de mango untado con miel, deja el cuenco en el suelo y, de repente, se pone a dar volteretas como un experto acróbata. La chiquilla sonríe y la tristeza se diluye en los hoyitos que se forman en sus mejillas. Azahar se acerca al limonero y acaricia la piel fría de la lagartija. La mariposa se posa sobre su pelo negro y allí se queda adormilada.
Las rosas dejan caer los pétalos sobre sus pies descalzos. El colibrí agita las alas como si cortejara a la hembra. La cotorra se queda callada, por fin, y el cocuyo se posa en la rama más alta de la mata de mango. Sus ojos brillan como esas estrellas que un día llegan y se quedan encendidas en el corazón para siempre. El güije se abraza al tobillo de la niña, cierra los ojos y siente los latidos de la ceiba. Azahar rodea el árbol con los brazos y su risa llega como la brisa matinal a todos los rincones del monte.
Del libro «La punzada del guajiro y otros cuentos» (2021)
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Fotos: Kari_ Izq/Angeleses Pixabay
Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.