Hay muchos lugares en el mundo en los que resulta muy difícil y hasta peligroso ser mujer, pero, sin temor a equivocarme, creo que hoy por hoy Afganistán aspira a ubicarse en el número uno del ranking mundial. Hace unos pocos días los talibanes entraban en Kabul y, desde el minuto cero, las mujeres comenzaron a temer lo peor. Según comenta la BBC News, «tienen miedo a perder los derechos sociales y económicos que ganaron en las últimas dos décadas». El temor de que los fundamentalistas religiosos vuelvan a imponer su ley, la ‘Sharía’, son palpables. Las consecuencias serían desastrosas para los ciudadanos, especialmente para la vida de las mujeres y las niñas, de ahí que, sobre todo ellas, quieran huir de una situación que ya vivieron en un pasado no muy lejano.
Es evidente que las féminas están en el punto de mira del nuevo régimen talibán. Lo que en el mundo occidental suena a historias del medioevo, para ellas ha sido una terrible realidad cotidiana. De hecho, según publica el diario ABC, la Asociación Revolucionaria de las Mujeres de Afganistán (RAWA), ha intentado explicar las principales prohibiciones y castigos para las mujeres que suponen verdaderas violaciones a sus derechos y su integridad. La lista de los horrores elaborada por esta organización es tan solo un tímido acercamiento a lo que ellas llaman “la infernal vida que las mujeres afganas están obligadas a llevar bajo el talibán”:
El trabajo femenino queda totalmente prohibido fuera de los hogares, excepto unas pocas doctoras y enfermeras a las que les permiten trabajar en algunos hospitales de Kabul para atender a mujeres y niñas, pues estas no pueden ser asistidas por sanitarios varones. Impensable salir de casa solas a hacer la compra, deberán estar acompañadas por un familiar cercano -padre, hermano o marido. Educación vetada a las mujeres, burka obligatorio para no mostrar parte alguna del cuerpo, mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio traerá como consecuencia la lapidación; si alguna se atreviese a usar productos cosméticos, por ejemplo pintura de uñas, correrá el riesgo de sufrir amputaciones en los dedos.
Ningún extraño debe escuchar la voz o los pasos de una mujer, por lo tanto, prohibido llevar tacones, reír en público y mucho menos hacer algún tipo de comentario; vetado el deporte para las féminas y cero presencia de ellas en la radio, la televisión y en reuniones públicas; prohibido publicar imágenes femeninas en revistas y libros; no podrán asomarse a balcones o ventanas de sus propios domicilios y un largo etcétera al que solo faltaría agregar: ANULADA POR SER MUJER. Incumplir las reglas implica que serán sometidas a azotes, palizas, abusos verbales y hasta la propia muerte.
«Los talibanes me matarán si me encuentran, porque he hablado y trabajado en favor de las afganas y de sus derechos»
A lo anterior hay que sumarle una serie de restricciones que afectan a la población en general y que representan una violación de los derechos y las libertades más elementales de cualquier ser humano: bajo el régimen talibán los ciudadanos tienen prohibido escuchar música, ver películas, televisión y cualquier tipo de vídeo. Será obligatorio cambiarse el nombre si no es islámico, la juventud está obligada a raparse el pelo y los varones deben llevar indumentaria islámica y gorra. Los hombres no pueden afeitarse o recortarse la barba, hasta que cumpla con las medidas establecidas.
Por todo lo anterior, no es de extrañar que hace tan solo unos días la deportista afgana Nilofar Bayat, capitana del equipo nacional de baloncesto en silla de ruedas, enviara un mensaje desesperado a su amigo, el periodista español Antonio Pampliega: «Los talibanes van a entrar en Kabul. Tenemos mucho miedo. Mi vida se acaba, Antonio. No me puedo quedar aquí». Pampliega publicó las palabras de Nilofar en su cuenta de Twitter. Él mismo relata, según publica la web de Onda Cero, que esta joven estudiante de Derecho al igual que otras afganas había sido privada de su trabajo habitual en el Comité Internacional de la Cruz Roja (ICRC), donde ayudaba a otras mujeres con discapacidad.
«un millón de personas han sido desplazadas de sus casas en Afganistán, el 70% de ellas mujeres, niños y niñas»
Nilofar sufre de una lesión medular provocada por un misil que impactó en su casa cuando apenas tenía dos años. Pese a su trágica infancia, la voluntad de esta afgana por salir adelante la impulsó a estudiar una carrera universitaria durante la época en la que el presidente Hamid Karzai gobernaba el país con el apoyo estadounidense. Hace unos ocho años dio el salto al mundo deportivo profesional cuando comenzó a entrenar en el equipo afgano de baloncesto en silla de ruedas. La pasión por esta disciplina la comparte con su marido Ramish, capitán de la selección masculina de baloncesto en silla de ruedas.
«Los talibán me matarán si me encuentran, porque he hablado y trabajado en favor de las afganas y de sus derechos. No les gustan las mujeres como yo», había declarado Nilofar en una entrevista ofrecida al diario El Mundo. Pero ella ha tenido suerte, apoyo y ha logrado escapar. Rescatada de Kabul por el Ejército español, la deportista paralímpica llegó a la base de Torrejón, cerca de Madrid, junto a su marido y a un grupo de refugiados.
En declaraciones al periódico El País, habla de la desesperación de las miles de personas que intentaban huir de los talibanes. Nilofar asegura que la toma del poder por parte del régimen talibán «es una catástrofe y es terrible para todos». «Hace veinte años que habían desaparecido del poder y en ese tiempo, el país había progresado mucho, las mujeres podíamos llevar una vida diferente. Yo jugaba al baloncesto con total libertad, mi marido también, estudié Derecho… Todo eso se ha ido a la basura. Son veinte años de retroceso de golpe», lamenta.
Es extremadamente desgarrador para una mujer que vive una realidad completamente distinta y que ejerce cada día su derecho a expresarse libremente desde el respeto y la tolerancia, escribir historias como estas. En el proceso de investigación que conlleva redactar un artículo de estas características, el alma duele cuando lees que un millón de personas han sido desplazadas de sus casas en Afganistán, el 70% de ellas mujeres, niños y niñas temerosas del regreso de la violencia y la represión de los años 90.
Ziagul y otras seis mujeres de Bamiyán no tendrían que haber escapado con lo puesto hacia Kabul en plena noche y las familias de los pueblos no tendrían que enviar a zonas seguras a las mujeres y a las niñas creyendo que los talibanes se han vuelto aún más violentos de lo que eran ya en los años 90. Esto no debería suceder en pleno siglo XXI; nadie debería tener que vivir semejante horror.
Para abrir un pequeño resquicio a la esperanza quiero terminar dando un salto en el tiempo, al año 2005, cuando Shamsia Hassani, refugiada afgana nacida en Irán en 1988, regresó a su país para usar el arte como un medio reparador de heridas de la guerra. Licenciada en artes visuales por la Universidad de Kabul, esta artista urbana llevó su trabajo, focalizado en la mujer, a los espacios públicos.
Reconocida a nivel mundial como un ejemplo para las nuevas generaciones de afganas, Hassani declaró en una ocasión que pintaba una mujer gigante porque quería hacerla visible, «quería mostrar su fuerza y su alegría; una mujer llena de energía que necesita empezar de nuevo». Quiero pensar que Nilofar podrá volver algún día a su tierra natal y que en una calle cualquiera de Kabul se detendrá a observar un graffiti realizado por Shamsia. La veo sonreír ante el ingenio de una mujer que a través del arte puede expresar libremente lo que siente y piensa, sin que por ello sea vejada o lapidada.
Si quieres conocer la difícil situación que viven otras mujeres y niñas en otros continentes, pincha en este enlace: https://www.landbactual.com/mgf-pretexto-para-mutilar-derechos/
Fotos: El País/Pico Informativo/PAULA BRONSTEIN/MARISCAL/AFP/Wikipedia
Me llamo Belkys Rodríguez Blanco. Sí, un nombre muy parecido al de la reina de Saba, pero soy periodista. Me gradué en la Universidad de La Habana, en la era de la máquina de escribir alemana. Como el sentido común manda, me he reinventado en este fascinante mundo digital.
Escribo desde los once años y ahora soy una cuentacuentos que a veces se dedica al periodismo y, otras, a la literatura. Nací en Cuba, luego emigré a Islandia y ahora vivo en Gran Canaria. Estoy casada con un andaluz y tengo un hijo cubano-islandés. Me encantan los animales, la naturaleza y viajar. En resumen, soy una trotamundos que va contando historias entre islas.
Excelente artículo que retrata la realidad de la mujer afgana; una lástima este retroceso a la libertad y a los derechos antes logrados.
Gracias Magdalena, por seguirnos y dejarnos tu opinión. Sí, es una terrible realidad a la que se enfrentan hoy las mujeres afganas. Un saludo.