«No hay nada sexual en estos matrimonios. No existen las mujeres lesbianas aquí. Y si hay, son muy pocas, no es como en Europa» aclara el alcalde Chales Kisegue, de la aldea Tarime, en el norte de Tanzania. Respondía hace poco más de cinco años a la periodista Carolina Valdehíta de Crónica/ElMundo. En la tribu de los kurya, como en otras zonas del África subsahariana, los derechos de los hombres sobre el patrimonio económico de la familia condicionan la vida de las mujeres. La tradición es patriarcal, heterosexual e injusta a partes iguales. Mujeres que son esposos, maridos que son mujeres
Las mujeres casadas que «no han sido capaces de engendrar» un varón pueden casarse con otras mujeres. Se establece una transacción en la que la mujer sin hijos varones o estéril paga a la otra por los hijos varones que engendrarán. La fórmula vale también para las viudas sin hijos. El fin es conseguir heredar las tierras familiares a través de los varones de la familia pues es un derecho reservado a los hombres.
En pocas palabras tener hijas no garantiza conservar el patrimonio familiar en caso de fallecer el padre de familia. Ellas no representan nada en esta estructura que otorga el poder y los derechos sobre el patrimonio. Aquellas que «aportan» hijos varones en esta transacción obtiene cobijo y protección, además del pago previo. Pueden casarse con otro hombre pero nunca será dueña de los hijos varones que traiga al mundo.
Detrás de toda esta práctica prevalecen los beneficios económicos. Los sabios explicaron a Carolina Valdehíta de Crónica/ElMundo que no son los hombres quienes escogen a la mujer fértil para casarse con ella porque tendrían que pagar más dinero para que fuera reconocido según las normas de la tribu. Según estas costumbres son las mujeres quienes eligen a su «esposa» y a los futuros padres de los hijos varones. Actualmente es una forma de vida en la que las mujeres aparentemente deciden, pero donde se benefician los hombres principalmente.
«Mujeres que son esposos, maridos que son mujeres»
Ntamwell Chacha, enviudó y perdió a sus dos únicos hijos varones, casarse con otra mujer le ha garantizado conservar su casa y su terreno. Los hijos varones que le aporta su esposa podrán heredar sus tierras, mientras unos cuidan de los otros. Ella y su esposa son las llamadas Nyumba Ntobhu.
Ntamwell Chacha habla a Crónica/El Mundo del apoyo y la ayuda que representa su esposa a sus setenta años, «sin ella estaría completamente sola». Ester Mwita Chacha, su esposa de treinta y cuatro años asegura que: «la ventaja de casarte con otra mujer es que nos ayudamos en las tareas de la casa y cuando alguna está enferma. Estamos muy bien así, no necesitamos a nadie más». El relato es tímido pero muy claro. «Los hombres pueden ser violentos, preferimos estar nosotras solas».
La crónica que referimos está fechada en mayo del año 2016. La coexistencia de estas tradiciones con el mundo occidental tecnificado, globalizado y moderno es peculiar, pero al final sobre todo es subsistencia. Soluciones con un diseño patriarcal ante realidades que en Europa llamamos: infertilidad, adopción, matrimonio de conveniencia, maternidad subrogada, desigualdades, derechos de sucesión, pobreza.
En el Blog Tinieblas en el corazón. Pensar la Antropología, Encarna Lorenzo examina el caso de los Nandi, en Kenia occidental a partir de un estudio antropológico de Regina Smith Oboler en ¿Es el marido femenino un hombre? Matrimonio entre mujeres entre los Nandi de Kenia (1980). En el estudio y su revisión posterior las autoras tienen en cuenta aspectos muy precisos para explicar esta costumbre.
En su revisión, Encarna Lorenzo, parte de la construcción cultural del concepto de hombre. Mujeres que son esposos, maridos que son mujeres.
«sin ella estaría completamente sola»
«Para cubrir las necesidades de mano de obra, los pueblos africanos no recurren a la contratación laboral. En lugar de nuestras familias nucleares, reducidas en el número de sus componentes, su modelo de parentesco es la familia patriarcal extensa. Practican la poliginia, de manera que aumentan la capacidad productiva de las granjas con el trabajo de las diferentes esposas y de la progenie habida en esas uniones».
El matrimonio garantiza a las mujeres una porción de los bienes del esposo que será igual a la que han concedido a otras esposas. El trueque con el padre de la novia se hace a cambio de cabezas de ganado y con el fin de establecer alianzas entre los diferentes clanes.
«Al varón Nandi le corresponden, en exclusiva, las facultades de administración y control de la tierra y las reses. Solo los hijos varones pueden heredarlas pero deben recibirlas a través de su madre. Esto significa que, si una mujer no deja descendencia masculina, los bienes revierten a los hijos de las otras esposas o a los hermanos del marido, situación que consideran particularmente indeseable». Para evitarlo buscan soluciones como la compra o adopción de niños de pueblos vecinos, pero lo más frecuente es el matrimonio entre mujeres, «que no tiene la menor relación con el lesbianismo sino con un estricto problema de derecho sucesorio: la necesidad de asegurar un heredero masculino».
Según lo descrito en el estudio las mujeres en edad avanzada que presumiblemente no lograrán concebir más hijos, pueden casarse con otra mujer más joven. A partir de entonces cambia oficialmente el género de la mujer estéril, ahora es un varón ante la comunidad. La investigación aclara que las mujeres acceden a este tipo de relaciones, «diferentes», por múltiples motivaciones. Soltería prolongada, escasa reputación por embarazos prematrimoniales, beneficio económico, jerarquía social, así como la aspiración a escapar de situaciones de violencia y dominación con sus esposos varones.
«La joven contrayente vivirá en una cabaña junto a la del marido femenino y allí recibirá la visita del compañero sexual que escoja libremente. El padre biológico no contrae ninguna obligación ni ostenta derechos sobre su descendencia, pues corresponden íntegramente al marido femenino, en su calidad de padre social y legal».
A partir de aquí todo es ficción, ambigüedad. Un secreto a voces admitido por las reglas y por la comunidad a fin de perpetuar los derechos de los hombres sobre los de las mujeres.
«Aunque los Nandi sean plenamente conscientes de su naturaleza biológica femenina, todos se comportan con ella como si se tratara de un hombre pero, a su vez, la interesada también debe ajustar su actuación al estatus masculino que ha adquirido. Así, ostenta facultades para administrar su patrimonio, ejerce la autoridad sobre su esposa e hijos y se responsabiliza de su sustento. Está exenta de realizar los trabajos femeninos, como cocinar, lavar, limpiar o transportar el agua. Tales servicios los recibirá de su esposa. Igualmente, tiene derecho a intervenir en los asuntos políticos de la comunidad, tomando la palabra en público. Ya no podrá asistir a las ceremonias de iniciación de las niñas y, en cambio, participará en la circuncisión de los jóvenes. Sobre todo, está obligada a observar una rigurosa prohibición de mantener relaciones sexuales con ningún hombre, ya sea su esposo u otro.
La razón es clara: si, con motivo de las mismas, llegara a quedarse embarazada, la ficción quedaría seriamente comprometida. Se espera también que el marido femenino adopte, en alguna medida, el vestido y adornos varoniles. En teoría, debe llevar a cabo las tareas masculinas, en la matanza, los duros trabajos agrícolas y la construcción de la casa y los cercados pero, en la práctica, se la exime por razón de su edad».
Encarna Lorenzo asegura que uno de los grandes aciertos del estudio realizado por Smith Oboler es que tuvo en cuenta aclarar la intensidad variable del rol de varón asumido por el marido femenino. «Así, en lo que se refiere al control de la propiedad familiar, la concordancia con el estereotipo masculino es absoluta. Pero caben comportamientos diferentes según el contexto. Aunque lo usual es que el marido femenino sea una viuda, nada impide que contraiga ese matrimonio en vida de su cónyuge». Finalmente aclara que «aunque los integrantes del grupo social afirman que el marido femenino se comporta siempre como el hombre en que se ha convertido, la investigación etnográfica demostró que, en realidad, no participan de la vida pública ni acuden a las ceremonias de iniciación masculina«.
Es que por más disfraces y dramaturgias siguen siendo mujeres. Mujeres viviendo dentro de una ficción guionizada por el patriarcado. Son mujeres que son esposos, maridos que son mujeres.
Conoce a las mujeres de Umoja, la aldea donde las mujeres quieren ser seres humanos.
Fotografías:
Crónica/ElMundo.es
Blog Tinieblas en el corazon. Pensar la Antropología
Mujer, cubana y periodista. En ese orden está bien. Licenciada en Comunicación Social por la Universidad de La Habana. Realizadora de audiovisuales con experiencia en Televisión. No concibo contar historias sin imágenes, así vivo, en imagen y sonido.
Emigrar hacia España, concretamente hacia Gran Canaria, ha sido un punto y aparte en mi vida profesional y personal. La experiencia vital que representa “volver a comenzar” ha reorganizado mis expectativas y mi manera de entender al periodismo. L&B Actual es un resumen de todo aquello que aprendí; y de mi constante curiosidad por el mundo en el que vivo. Este viaje es fascinante y a estas alturas yo podría ser de cualquier sitio.